No preguntes por qué, pero anoche te soñé
Eras un fantasma, un fantasma colorido
Nadie podía verte, ni te oía o te sentía
sólo yo que aún no entiendo que fueras mía.
eras mi fantasma personal, eras incluso tangible.
podía hablarte y respondías, incluso te vi reirte.
hablábamos.. de qué? y llegamos hasta eso.
ese entonces en que preguntaste
si quería que me dieras un beso.
Sí, dije yo, dije sí, sí quería.
Un beso suave y redondo, de esos de las películas.
Y todos reíamos felices
estábamos todos contentos:
yo, vos,
y los de afuera que piensan que estoy loco.
lunes, 17 de mayo de 2010
martes, 11 de mayo de 2010
Verdugo
A Ángeles y a mí nos gustaba mirar desde lejos como Tomasa mataba a las gallinas. Con una fuerza única el brazo caía aferrando el cuchillo para decapitar a la víctima emplumada. Lo que en realidad disfrutábamos era ver cómo el cuerpo de la gallina aleteaba aún después de haber perdido la cabeza, cómo daba tumbos desesperados hasta por fin caer al suelo. Tomasa nos tenía prohibido acercarnos durante la matanza. Sus ojos se volvían endiablados, degollar era para ella un placer divino. Era eso, se sentía un dios castigador que decidía el destino de unas pobres aves de corral que luego de su muerte podían servir para puchero, locro o empanadas. Y eso lo decidía ella, nadie más era poseedor del destino de las gallinas.
Tomasa era consciente del hecho que con Ángeles nos escondíamos para mirarla, asombrados. Pero su saña no era ocultada, con las manos ensangrentadas levantaba una por una las cabezas para tirarlas después a los perros. Ella era dueña de la llave del gallinero, el candado sólo se abría con esa única y deseada llave. Era el cancerbero del corral, guardián del infierno en el cual las gallinas vivían sin saberlo. Ni siquiera mamá era poseedora una copia de la llave, Tomasa era celosa de sus futuras víctimas, nadie más que ella podía darles maíz o siquiera mirarlas.
Llevaba los cuerpos ya sin vida agarrados de las patas, marcando con la sangre el camino hasta la cocina. Cuando sabíamos que Tomasa estaba en la etapa de desplume con la radio prendida escuchando alguna cumbia, Ángeles y yo íbamos en puntas de pie al lugar del sacrificio, un pedestal de piedra manchado de sangre vieja y nueva. Sangre ya negra que tomaba vida y color nuevamente después de cada degüelle. Ángeles emocionada, viendo cómo gota a gota caía la sangre por el piso, hundía sus manos en ella, estando aún caliente. De un momento a otro sus dedos de niña se convertían en dedos partícipes de una masacre. Y siempre era lo mismo, Tomasa con sus ojos por el mosquitero de la cocina lo percibía, en cuanto Ángeles tocaba la preciada sangre de sus gallinas salía gritando, enervada, la tomaba a Ángeles por la oreja, metiéndola en la cocina y le daba unos cuantos chicotazos. Ángeles gimoteando, no aprendía la lección. Y cada vez que una gallina moría era el mismo ritual, los mismos gritos de Tomasa reclamando la soberanía sobre sus víctimas y los chicotazos acompañados de gemidos de dolor.
Cuando a la mesa nos reuníamos toda la familia y Tomasa servía el puchero de gallina, los ojos de Ángeles se iluminaban recordando el momento en que su comida había muerto, había tomado el último respiro, había aleteado por última vez. Yo disfrutaba de todo eso también, yo también soñaba con levantar ese cuchillo y acabar con las vidas de esas aves ruidosas. De jugar a ser verdugo con una gallina María Antonieta.
Una tarde de sol seco Ángeles me habló al oído. Éramos ella y yo, solos, pero era un secreto demasiado grande como para correr el riesgo de decirlo en voz alta. Yo sonreí frente a la idea de mi hermana y pusimos el plan en acción. Buscamos las pastillas que la abuela guardaba en el primer cajón de su cómoda junto a la dentadura. Tomamos todas las que encontramos y encerrados en el cuarto las machucamos hasta hacerlas polvo. Ángeles trajo una jarra de la cocina llena de jugo helado, tiramos el polvo de medicamentos y revolvimos. Como Tomasa no la quería a Ángeles fui yo el encargado de llevarle un vaso a su habitación oscura al lado de la cocina. Esperamos que se duerma y le quitamos las llaves del gallinero. Antes de partir nos aseguramos de que su sueño sea profundo, de que no pueda despertar mientras nosotros estemos con sus celadas víctimas.
Ángeles eligió la gallina, era gorda y blanca con algunas plumas grises. Cacareaba dando vueltas por el corral. Me la entregó como se entrega un cofre de oro, con delicadeza y admiración. La apoyamos sobre el pilar, Ángeles la sostenía apretando sus alas. Escuchamos a lo lejos que mamá gritaba pero Ángeles no me permitió ni siquiera girar la cabeza. Con las pupilas fijas me miró dándome la orden. Levanté el cuchillo en el aire (mamá seguía gritando, su voz venía desde el cuarto de servicio). Bajé la guillotina con una fuerza que jamás pensé tener (el nombre de Tomasa entre sollozos). Ángeles soltó el cuerpo que dio unos pasos desesperados, aleteando buscando un vuelo inexistente e imposible. La cabeza de la gallina abrió el pico tratando de que esa bocanada última de aire la salve, pero el cuerpo ya vencido ante la muerte se derrumbó.
Tomasa era consciente del hecho que con Ángeles nos escondíamos para mirarla, asombrados. Pero su saña no era ocultada, con las manos ensangrentadas levantaba una por una las cabezas para tirarlas después a los perros. Ella era dueña de la llave del gallinero, el candado sólo se abría con esa única y deseada llave. Era el cancerbero del corral, guardián del infierno en el cual las gallinas vivían sin saberlo. Ni siquiera mamá era poseedora una copia de la llave, Tomasa era celosa de sus futuras víctimas, nadie más que ella podía darles maíz o siquiera mirarlas.
Llevaba los cuerpos ya sin vida agarrados de las patas, marcando con la sangre el camino hasta la cocina. Cuando sabíamos que Tomasa estaba en la etapa de desplume con la radio prendida escuchando alguna cumbia, Ángeles y yo íbamos en puntas de pie al lugar del sacrificio, un pedestal de piedra manchado de sangre vieja y nueva. Sangre ya negra que tomaba vida y color nuevamente después de cada degüelle. Ángeles emocionada, viendo cómo gota a gota caía la sangre por el piso, hundía sus manos en ella, estando aún caliente. De un momento a otro sus dedos de niña se convertían en dedos partícipes de una masacre. Y siempre era lo mismo, Tomasa con sus ojos por el mosquitero de la cocina lo percibía, en cuanto Ángeles tocaba la preciada sangre de sus gallinas salía gritando, enervada, la tomaba a Ángeles por la oreja, metiéndola en la cocina y le daba unos cuantos chicotazos. Ángeles gimoteando, no aprendía la lección. Y cada vez que una gallina moría era el mismo ritual, los mismos gritos de Tomasa reclamando la soberanía sobre sus víctimas y los chicotazos acompañados de gemidos de dolor.
Cuando a la mesa nos reuníamos toda la familia y Tomasa servía el puchero de gallina, los ojos de Ángeles se iluminaban recordando el momento en que su comida había muerto, había tomado el último respiro, había aleteado por última vez. Yo disfrutaba de todo eso también, yo también soñaba con levantar ese cuchillo y acabar con las vidas de esas aves ruidosas. De jugar a ser verdugo con una gallina María Antonieta.
Una tarde de sol seco Ángeles me habló al oído. Éramos ella y yo, solos, pero era un secreto demasiado grande como para correr el riesgo de decirlo en voz alta. Yo sonreí frente a la idea de mi hermana y pusimos el plan en acción. Buscamos las pastillas que la abuela guardaba en el primer cajón de su cómoda junto a la dentadura. Tomamos todas las que encontramos y encerrados en el cuarto las machucamos hasta hacerlas polvo. Ángeles trajo una jarra de la cocina llena de jugo helado, tiramos el polvo de medicamentos y revolvimos. Como Tomasa no la quería a Ángeles fui yo el encargado de llevarle un vaso a su habitación oscura al lado de la cocina. Esperamos que se duerma y le quitamos las llaves del gallinero. Antes de partir nos aseguramos de que su sueño sea profundo, de que no pueda despertar mientras nosotros estemos con sus celadas víctimas.
Ángeles eligió la gallina, era gorda y blanca con algunas plumas grises. Cacareaba dando vueltas por el corral. Me la entregó como se entrega un cofre de oro, con delicadeza y admiración. La apoyamos sobre el pilar, Ángeles la sostenía apretando sus alas. Escuchamos a lo lejos que mamá gritaba pero Ángeles no me permitió ni siquiera girar la cabeza. Con las pupilas fijas me miró dándome la orden. Levanté el cuchillo en el aire (mamá seguía gritando, su voz venía desde el cuarto de servicio). Bajé la guillotina con una fuerza que jamás pensé tener (el nombre de Tomasa entre sollozos). Ángeles soltó el cuerpo que dio unos pasos desesperados, aleteando buscando un vuelo inexistente e imposible. La cabeza de la gallina abrió el pico tratando de que esa bocanada última de aire la salve, pero el cuerpo ya vencido ante la muerte se derrumbó.
¿Que harías con mi nombre?
Me es inevitable adorarte en el horizonte. Porque hay vándalos en mi cabeza. Y cada uno se sienta sobre los planetas con su propia cantidad de razones y causas justas.
Cuando me junto a comer con ellos, en las barandas de las escaleras de los entrepisos del hotel, intuyo que necesito un permiso para pasar por la colosal puerta de las máscaras y un látigo además, para atormentarme cada vez que me siento indestructible.
Igualmente sin meditarlo dos veces, me agacho y cierro un ojo, y acerco una ceja a la mirilla para observarte. Percibo a tus aliados en las esquinas del cuarto cargando demasiada arena en los bolsillos. Mientras todo lo que te rodea se proclama inmortal, proceden; despacio, levantando el polvo por debajo de los lavarropas, mientras yo, silbando una tonta sonata de cafetín, me encamino al cuarto oscuro de las escaleras.
Pienso demasiado. Cuando peco y trato de esconderme de pronto, puede que vista siempre la misma figura en tu remera que ya no me queda, y sepa, como se dibujan perfectamente, con pinceles de plomo, los besos impuros en manuales de las colecciones de biología molecular que venían de regalo en alguna revista especializada.
Y en mi, y por mi, todo es impuro hasta la médula de lo sobresaliente. Mientras libero las tachaduras de las cabañas que construyo imperfectamente con fósforos silenciosos al lado de una hornalla, y me seco la ropa, creo que me saldrán alas. Algún día. Pronto ¡Eso sucederá!. Sobre cada imaginario de las bocas perplejas que pierdo por mirar el hueco en la ventana de tus astros.
Quizás, pedirle a una misma ceremonia acostumbrada a ser como es, todo esto (o mayores petitorios sino), sea pedir demasiado. Y yo, si no fuese lo que soy, no me quedaría mirando el suelo con el Tomo Primero de la Física Quántica de las Cosas Inmateriales, porque sí: Cercado, por el tiempo verbal del miedo, en un corredor hacia el desgaste corrosivo.
¿Porque nada jamás podría venirme bien? –me preguntó a mi mismo. Mientras espero que alguien me obsequie un saco. Tendría que dejar de ordenar mi vida en el mismo capítulo circular, y peinarme con raya al costado. Pero si me baño haciendo de cuenta que no sucederá lo mismo de siempre, se paraliza mi cabeza con esta imagen que no existe.
Camino con los pies mojados por las alfombras de cada uno de los acueductos del sótano, mientras admiro mi propia vigilia frente a un espejo roto. Tu séquito, en tanto, hace sus trámites y yo entiendo como nunca, la manera de la pregunta sin respuesta. ¿Para qué querría yo un imperio de vidrio hecho saco?
Uno a veces, tiene la osadía de decirse muchas cosas al mismo tiempo sin saber nunca porque. Después igual, u olvida, o transforma en otras cosas similares a aquellas que nunca quiso escuchar. Uno, sin decir algo mayor “a lo mismo de siempre”, se habla como si fuese un ilustre general dando su discurso de despedida: Muy seriamente. “¿Edulcorante o Azúcar?” –preguntaría entonces el mozo en el palier a un visitante, mientras me dilucido sin asombro frente a mi ensalada. “Un poco de aerosol para el cutis, y crema para las manos” –te pediría yo. Pero nadie hace su labor a estas horas. Y menos aún, un tal Hermes detrás de su pirámide con sus inquisidores. Carajo. Anochece. Y abajo de las zanjas, ¡Vos me implorabas!. Para eso, nada más, y por otras cosas que no voy a decir nunca en público (o por escrito); es o será, que muy poco tiempo de vida nos queda.
Somos “el chiste del nada existe”, contado sin gracia, porque lo sé, (sé lo que existe en obra y gracia), y conozco aquello que es; como la palma de mi mano sobre el lavabo de tantas risas perversas que escupías en la sala de espera del Olimpo.
Visto lo cual, no me pertenece tu tramo que no transito, ni soy yo mismo en este instante, otra vez, entre pozos giratorios sin forma. No deberías encuadrarme por esto en un rombo como botón en los ascensores hecho número o dígito. Ya no necesito creer, en los rombos, ni en sus álter egos, ni en Cambises, ni en tus Padres; los tales, o los cuales, libran y guardan a su Dios sin honra, junto al Horóscopo del domingo para decirte: “Hija Mía: Tu Porvenir”.
Ojala, en la recepción, las cosas crecieran para adentro en vez de para arriba. Reposando en los recreos de la mente confundida, donde alguna vez, planeamos, el desfile de la culpa en un banquito de seda de cuerpo de codorniz idiota; ya no existo, y ya no soy. Y siempre hubo y habrá, otros en mi lugar.
Transpiro y me pongo realmente nervioso cuando sufro un corte en el dedo con un cuchillo a medio afilar, sin querer, rememoró ahora, en el trayecto hacía el cuarto de las máquinas, que prendí anteayer una bolsa entera de tabaco escocés en la terraza, para sentir el olor del fuego chamuscándose en la hiedra de los sabios doctorados en Connecticut; y así, tontamente, me acordé de vos. Cosas de genio. No fumo aunque a veces eso sea mentira. Observaba sin prestancia la sabiduría de los árboles, y de las especies a mi alrededor, en la distancia. Esperando tan solo que alguien comparta su almohada seca conmigo y me enseñe a usar una manta mullida en vez de un pantalón de plata como cobijo.
Necesito dejar de desmejorar. Por eso, ahora también hago fogatas con los boy scouts en el cuarto abandonado de mi hermana imaginaria y la engaño con todas en la brisa cuando la temperatura es algo baja y el tiempo se exhibe nublado. A paso de tortuga, voy desmembrado por las habitaciones del loto de pétalos arrugados, cargando moños de las sobras de los regalos que me diste, y trajes de sirviente en las escafandras del cuartito de la limpieza.
Mierda. ¿Pero que haría, con mi nombre en una piedra si alguien lo tomará entre sus manos tirando de la cadena y lo barriera? “Supongamos que nada; porque es mucho más fácil así; y quedémonos tranquilos”. Porque no puedo querer ser el nombre de algo que no es más que un significado en los libros que ya no me interesan. Estoy condenado a volver a equivocarme para siempre; para hacer así, todo de la mejor manera posible.
Por eso, por favor te lo pido desacorraladamente y con la más gélida de las ternuras. No trates de hacer de un puto momento de salón de peluquería, algo que te parezca que yo pueda llegar a considerar “evocativo”. Porque ahora, me afeito el bigote por mi cuenta . (Como siempre). De nuevo, sin habértelo dicho antes,. Prefiero que me admitas en ciernes: “No me es imposible quererte” ...Y te entregues de una buena vez por todas a mi...
Cuando me junto a comer con ellos, en las barandas de las escaleras de los entrepisos del hotel, intuyo que necesito un permiso para pasar por la colosal puerta de las máscaras y un látigo además, para atormentarme cada vez que me siento indestructible.
Igualmente sin meditarlo dos veces, me agacho y cierro un ojo, y acerco una ceja a la mirilla para observarte. Percibo a tus aliados en las esquinas del cuarto cargando demasiada arena en los bolsillos. Mientras todo lo que te rodea se proclama inmortal, proceden; despacio, levantando el polvo por debajo de los lavarropas, mientras yo, silbando una tonta sonata de cafetín, me encamino al cuarto oscuro de las escaleras.
Pienso demasiado. Cuando peco y trato de esconderme de pronto, puede que vista siempre la misma figura en tu remera que ya no me queda, y sepa, como se dibujan perfectamente, con pinceles de plomo, los besos impuros en manuales de las colecciones de biología molecular que venían de regalo en alguna revista especializada.
Y en mi, y por mi, todo es impuro hasta la médula de lo sobresaliente. Mientras libero las tachaduras de las cabañas que construyo imperfectamente con fósforos silenciosos al lado de una hornalla, y me seco la ropa, creo que me saldrán alas. Algún día. Pronto ¡Eso sucederá!. Sobre cada imaginario de las bocas perplejas que pierdo por mirar el hueco en la ventana de tus astros.
Quizás, pedirle a una misma ceremonia acostumbrada a ser como es, todo esto (o mayores petitorios sino), sea pedir demasiado. Y yo, si no fuese lo que soy, no me quedaría mirando el suelo con el Tomo Primero de la Física Quántica de las Cosas Inmateriales, porque sí: Cercado, por el tiempo verbal del miedo, en un corredor hacia el desgaste corrosivo.
¿Porque nada jamás podría venirme bien? –me preguntó a mi mismo. Mientras espero que alguien me obsequie un saco. Tendría que dejar de ordenar mi vida en el mismo capítulo circular, y peinarme con raya al costado. Pero si me baño haciendo de cuenta que no sucederá lo mismo de siempre, se paraliza mi cabeza con esta imagen que no existe.
Camino con los pies mojados por las alfombras de cada uno de los acueductos del sótano, mientras admiro mi propia vigilia frente a un espejo roto. Tu séquito, en tanto, hace sus trámites y yo entiendo como nunca, la manera de la pregunta sin respuesta. ¿Para qué querría yo un imperio de vidrio hecho saco?
Uno a veces, tiene la osadía de decirse muchas cosas al mismo tiempo sin saber nunca porque. Después igual, u olvida, o transforma en otras cosas similares a aquellas que nunca quiso escuchar. Uno, sin decir algo mayor “a lo mismo de siempre”, se habla como si fuese un ilustre general dando su discurso de despedida: Muy seriamente. “¿Edulcorante o Azúcar?” –preguntaría entonces el mozo en el palier a un visitante, mientras me dilucido sin asombro frente a mi ensalada. “Un poco de aerosol para el cutis, y crema para las manos” –te pediría yo. Pero nadie hace su labor a estas horas. Y menos aún, un tal Hermes detrás de su pirámide con sus inquisidores. Carajo. Anochece. Y abajo de las zanjas, ¡Vos me implorabas!. Para eso, nada más, y por otras cosas que no voy a decir nunca en público (o por escrito); es o será, que muy poco tiempo de vida nos queda.
Somos “el chiste del nada existe”, contado sin gracia, porque lo sé, (sé lo que existe en obra y gracia), y conozco aquello que es; como la palma de mi mano sobre el lavabo de tantas risas perversas que escupías en la sala de espera del Olimpo.
Visto lo cual, no me pertenece tu tramo que no transito, ni soy yo mismo en este instante, otra vez, entre pozos giratorios sin forma. No deberías encuadrarme por esto en un rombo como botón en los ascensores hecho número o dígito. Ya no necesito creer, en los rombos, ni en sus álter egos, ni en Cambises, ni en tus Padres; los tales, o los cuales, libran y guardan a su Dios sin honra, junto al Horóscopo del domingo para decirte: “Hija Mía: Tu Porvenir”.
Ojala, en la recepción, las cosas crecieran para adentro en vez de para arriba. Reposando en los recreos de la mente confundida, donde alguna vez, planeamos, el desfile de la culpa en un banquito de seda de cuerpo de codorniz idiota; ya no existo, y ya no soy. Y siempre hubo y habrá, otros en mi lugar.
Transpiro y me pongo realmente nervioso cuando sufro un corte en el dedo con un cuchillo a medio afilar, sin querer, rememoró ahora, en el trayecto hacía el cuarto de las máquinas, que prendí anteayer una bolsa entera de tabaco escocés en la terraza, para sentir el olor del fuego chamuscándose en la hiedra de los sabios doctorados en Connecticut; y así, tontamente, me acordé de vos. Cosas de genio. No fumo aunque a veces eso sea mentira. Observaba sin prestancia la sabiduría de los árboles, y de las especies a mi alrededor, en la distancia. Esperando tan solo que alguien comparta su almohada seca conmigo y me enseñe a usar una manta mullida en vez de un pantalón de plata como cobijo.
Necesito dejar de desmejorar. Por eso, ahora también hago fogatas con los boy scouts en el cuarto abandonado de mi hermana imaginaria y la engaño con todas en la brisa cuando la temperatura es algo baja y el tiempo se exhibe nublado. A paso de tortuga, voy desmembrado por las habitaciones del loto de pétalos arrugados, cargando moños de las sobras de los regalos que me diste, y trajes de sirviente en las escafandras del cuartito de la limpieza.
Mierda. ¿Pero que haría, con mi nombre en una piedra si alguien lo tomará entre sus manos tirando de la cadena y lo barriera? “Supongamos que nada; porque es mucho más fácil así; y quedémonos tranquilos”. Porque no puedo querer ser el nombre de algo que no es más que un significado en los libros que ya no me interesan. Estoy condenado a volver a equivocarme para siempre; para hacer así, todo de la mejor manera posible.
Por eso, por favor te lo pido desacorraladamente y con la más gélida de las ternuras. No trates de hacer de un puto momento de salón de peluquería, algo que te parezca que yo pueda llegar a considerar “evocativo”. Porque ahora, me afeito el bigote por mi cuenta . (Como siempre). De nuevo, sin habértelo dicho antes,
Tu luz y yo
Es como un prisma de mil caras: Ese pequeño ser indómito que reflecta luz y por contraste, me ilumina.
Que encuentra huecos que nadie había descubierto, para gobernar. Y finalmente, los conquista.
Que pone color a una rutina blanco y negro y salpica de matices días que inevitablemente, se condenaban a ser grises.
Tan único e irrepetible, que asombra. Liso, llano y puro. Sincero acto heroico de darle motivos a la esperanza para seguir creyendo.
Mágico encuentro de la palabra y el silencio, que se vuelve melodía. De luz y oscuridad, que se vuelve sombra, y delinea las mejores intenciones del alma, dejándome al descubierto.
Como un prisma de mil luces, que alumbran lo que soy de forma acabada. Y me muestran tan vulnerable y rendida. Más que nunca. Dulcemente vulnerable, y es el alma que se entrega una vez, solo una. Para ser amada completamente, o para ser consumida.
Que encuentra huecos que nadie había descubierto, para gobernar. Y finalmente, los conquista.
Que pone color a una rutina blanco y negro y salpica de matices días que inevitablemente, se condenaban a ser grises.
Tan único e irrepetible, que asombra. Liso, llano y puro. Sincero acto heroico de darle motivos a la esperanza para seguir creyendo.
Mágico encuentro de la palabra y el silencio, que se vuelve melodía. De luz y oscuridad, que se vuelve sombra, y delinea las mejores intenciones del alma, dejándome al descubierto.
Como un prisma de mil luces, que alumbran lo que soy de forma acabada. Y me muestran tan vulnerable y rendida. Más que nunca. Dulcemente vulnerable, y es el alma que se entrega una vez, solo una. Para ser amada completamente, o para ser consumida.
Encuentro audaz.
Navegando entre las miradas fugaces
me encuentro en un mundo paralelo
diferente al que estoy tocando con mi piel
navegando con tu mirada hermosa
quisiera encontrarme en tu mundo
Porque sos tan diferente, tan audaz...
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada....
y tu mano tan gestual me atrapa entre tus dedos
una cuerda se enlaza entre nosotros
y no puedo despegarme de tu piel o de tu olor
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
me encontré con una chica de otro mundo
aunque su boca es la misma que veo en mis sueños
sus labios confusos y enredados
soltaron un idioma relajante
mis ojos asombrados encontraron horizontes
y los tuyos penetrando en mi alma
desarmaron la coraza de mi corazón,
casi perdido y confundido por esta vieja sensación.
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
tanto Ismael por mi oídos ha pasado
en estos últimos años, sin encontrar esta vieja sensación
tanto Sanz y caras nuevas giran por mi vida,
es hermosa y hermoso despertar pensando en ti.
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
simplemente unas letras que los kilómetros se llevarán
y simplemente con el tiempo, letra por letra, todas se olvidan.
solo los valientes recuerdan,
porque los valientes enamorados, jamás se rinden, jamás olvidan.
me encuentro en un mundo paralelo
diferente al que estoy tocando con mi piel
navegando con tu mirada hermosa
quisiera encontrarme en tu mundo
Porque sos tan diferente, tan audaz...
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada....
y tu mano tan gestual me atrapa entre tus dedos
una cuerda se enlaza entre nosotros
y no puedo despegarme de tu piel o de tu olor
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
me encontré con una chica de otro mundo
aunque su boca es la misma que veo en mis sueños
sus labios confusos y enredados
soltaron un idioma relajante
mis ojos asombrados encontraron horizontes
y los tuyos penetrando en mi alma
desarmaron la coraza de mi corazón,
casi perdido y confundido por esta vieja sensación.
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
tanto Ismael por mi oídos ha pasado
en estos últimos años, sin encontrar esta vieja sensación
tanto Sanz y caras nuevas giran por mi vida,
es hermosa y hermoso despertar pensando en ti.
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
simplemente unas letras que los kilómetros se llevarán
y simplemente con el tiempo, letra por letra, todas se olvidan.
solo los valientes recuerdan,
porque los valientes enamorados, jamás se rinden, jamás olvidan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)