lunes, 12 de julio de 2010
Respiro la soledad de amarte
lunes, 28 de junio de 2010
Todo cuanto soy
La fábula del león y el unicornio
Fue una vez, en que ocurrió, esto que voy a contarles. Yo era el león de mi reino. Mandaba sobre todos mis miedos, que no eran más que mis súbditos y siervos. Mi dinastía, por siempre, había comandado sobre todas las especies que existen. Yo, el león, era el único y el más grande soberano.
Crecí y me desarrollé entre las praderas de mi feudo y allí hube de aprender mis mañas. Recorrí con suficiencia cada segmento de mi propiedad mientras platicaba con cada uno de los animales de la nación; atendiendo siempre, las necesidades de su especie, con justicia, ecuanimidad y presteza.
Así, progresé en mi infancia y mi adolescencia, entre las cómodas praderas de mi dominio. Una vez que ya aburrido y chasqueado estaba, por conocer demasiado, de todo lo que estaba a mi alcance, quise atreverme a una contingencia en algún lejano condado más allá de mi cómodo y tradicional terreno.
Empecé en una mañana de sol estipulada, a trajinar larga y velozmente en mis cuatro patas de uñas largas y desprolijas, con víveres de sobra a cuestas, andando sereno y campante hasta cruzar las fronteras que dividían mi dominio del extranjero.
Un río hostil, como un contorno circular, separaba a mis valles aislándolos en un clima siempre templado en invierno. Confieso que me asusté al principio, cuando vi de cerca y por vez primera, la fuerza que manaba en su corriente glaciar; nunca me había aproximado tanto a su peligroso apremio y degradante temperatura, pero como estaba ya harto de todo lo que había quedado latente en mi rutinaria y cómoda monarquía, me convencí aún más a mí mismo. Sabía que en algún sector de mi islote, como comentaba la leyenda, existía un cruce que me permitiría alcanzar el vasto mundo exterior que el acuático protector, me vedaba.
Galopante, tras algunas jornadas de fiestas y encuentros azarosos sin pena ni gloria, y habiendo ya olvidado la forma correcta de volver a casa; en medio de semejante búsqueda, di a parar con un puente de frágiles maderos de cipreses estoicos, atravesando el cauce del frígido perímetro como una luz de salvación en medio de la oscuridad de una cueva. Desconozco ahora si era o no el pasadero del que tanto se ha comentado en mis libros de historia antigua, aunque lo que sí puedo afirmarles, ciertamente, es que hacia el otro extremo del mismo, pude observar asombrado los ojos lacónicos, y la rigurosa veleidad, de una emperatriz majestuosa en soledad.
Una agraciada yegua de la raza olvidada de los unicornios, era. La más bella y desconsolada de toda su comarca, seguramente, (O al menos, eso yo intuía). Al parecer, tras todo mi trajín, yo estaba invadiendo como un indiscreto maleante o espía, las entradas de su afamada tierra.
No supe que creer. Por un momento, tuve que dejar de generar cualquier tipo de conjetura. Me sacudí el pelaje y bebí del río sediento. Admito que me costó mucho despabilarme, y tuve que dejar de razonar las cosas demasiado pronto, antes de poder siquiera, distinguir la realidad del ensueño. Incluso, antes de ser realmente consciente de todo lo que estaba sucediendo, no supe que acometer. Efectivamente, este tesoro de la fauna divina estaba frente a mí resguardando sus litorales y yo, estaba perpetrando su calma y mi estabilidad emocional, sin saber siquiera porqué.
Pasaron horas antes de que me decidiera a concluir algún procedimiento. Dudaba de semejante espectáculo. “¿Quién acaso no dudaría de su estrella en los cielos al ver tan íntegra efigie alimentándose por mera gula de los tréboles de la sombra?”–me preguntaba como esperando algún augurio.
Decidí entonces hacer a un lado la parafernalia al observarla observándome, en mi mente, y quise, en ese entonces, atendiendo a mi deseo más profundo, surcar el puente en un galope montaraz hacia ella. Me creí lo suficientemente afanoso e inexpugnable para la travesía, y percibía, en ese entonces, sendos y llamativos desparramos de refulgente alegría por parte de mi acometida ultrajadora.
Su dorado cuerno brillaba y resplandecía, mientras yo me iba asegurando en el empalme hacia su canto. Sonriente en su boca de perlas, ya palpitaba cada pequeño augurio de venturanza, en cada una de mis pisadas, y por sobre todo relinche de emoción y agrado, que divisaba, la veía moverse poco a poco meneando sus pezuñas de cristal apocadamente, hacía mí.
Nos fuimos acercando. El sol y las providencias de la tarde parecían saludar nuestro encantamiento mientras las luciérnagas bailaban sus danzas imposibles con los búhos del crepúsculo, en bosques sagrados. El tiempo parecía detenerse en medio de los suspiros y las sirenas en los atolones, cantaban su himno más glorioso para hacerse oír en el tumulto de la mera envidia.
Sin embargo, cuando iban siendo cada vez menos los pasos que nos separaban, el puente se quebró sobre mí, inesperadamente y yo caí por voluntades que desconozco en el río, quedando entonces atravesado por la merced de la inclaudicable y tempestuosa corriente que manaba desafiante. Todo sucedió en un instante. Estaba tan cerca del alcanzar mi meta, y de pronto, sin saber la causa, me encontraba inmerso en un remolino de vapor ultrajante. Sudaba, desesperado, cuando empecé a nadar inconscientemente soltando garrotazos a la deriva, en búsqueda de la tierra prometida, como pude, empleando todas mis fuerzas ocultas e incalificables. Grité de dolor, mientras mis ojos chorreaban un líquido violento que hubieron de llamar, lágrima. Las sirenas y los búhos cesaron su movimiento al prestarme atención. El tiempo se aceleró y la sangre en mi interior hervía con holgura. Igualmente, desde lo más profundo de mí ser, no estaba dispuesto a rendirme.
Así fue que pude alcanzar milagrosamente la orilla del jardín en el cual ella era dueña y regente. Eso también se aconteció en un parpadeo. Clave mis garras con firmeza, y me anclé en la tierra colindante, tratando de sostener a mi ser frente a los embates del vehemente caudal que empezaba a debilitarme. Por esto igual, no perdí mi alegría.
La fe que me poblaba las venas, seguramente me investía de un hálito mágico.
Ella, irradiando su blanquecina y resplandeciente aureola, en su cuerno unívoco y ciertamente distintivo, se aproximó entonces hacía mí como nunca antes lo había hecho.
Pude por primera vez, ver su reflejo borroso a un costado de mi alma, en el río.
En este contexto, de sonsacante desunión, me observó de pronto a centímetros de distancia, la más impactante de su raza, con sus cabellos invisibles, del color de las alturas, empezó a escudriñarme lentamente con algo de vileza. Mientras quedaba atónito ante su magnificencia, ella me media con varas canonizadas por entre todos mis costados más vulnerables mientras calibraba su veredicto y yo la sentía resoplar en silencio tras mi nuca. Encumbré arremetidas disonantes, traté de hacerme oír, pero yo aún tenía la mitad de mi cuerpo sumergido en el invencible río y me sabia, por supuesto, lastimado.
¿Qué más podía llegar a sentir? Nunca algo tan hermoso estuvo tan cerca de mí. Sus facciones eran fecundas, y sus sentidos impertérritos. Me observo largamente hasta que de pronto, me acarició sin quererlo con sus pezuñas, tomándome por sorpresa, a la vez que emitió un hálito de habla consagrada mientras me borroneaba al oído:
“Tu no perteneces aquí, vuelve a tu reino”
Giró su cabeza entonces, sin cuitamientos y empezó a retroceder muy despacio a la par del viento cálido que la envolvía con alondras. Las aves de la gloria, revirtieron en los remolinos sus melodías sordas para burlarse del nosotros. Aquella forma plural, nunca existió Mis cuerdas vocales antes profesoras de asombrosas palabras quedaban en estupefacto mutismo. Congeniada, y acogida por la falsa adulación de todos los festivos plebeyos y súbditos que la rodeaban y la protegían de mi furiosa encomienda con falsas églogas de contención y cariño, estaba ella. Delegando su reflexión personal, en vicisitudes y tremores ajenos.
Hubo una extraña calma de repente. En el trasfondo del horizonte aún, al verme yo tan cerca de la derrota, mi esfuerzo parecía realmente pequeño. Quise intentar el desplome de mi estirpe con mayor vehemencia, obedeciendo fiel, a la misiva de mi sentimiento. Busqué entre mis recuerdos la palabra exacta sin nunca encontrarla y entregue en alma al río quedándome solo con mi cuerpo y su férrea disposición. Esperanzado, me aferré fuertemente al suelo de su territorio para poder levantar así, el resto maltrecho de mis huesos y articulaciones muy cariacontecidas ya, por el impacto de las rocas del caudaloso afluente. Mis antes hercúleas y templadas uñas de acero, se desaguazaban ahora por tanto esfuerzo decidido pero tosco.
Yo no dudaba. Percibía aún, muchos gimoteos sin sanar, escondidos por detrás de ese rostro angelical y me adjudicaba su única cura. Todavía, sin saber cómo, me sostenía vivo por el candor de mi fuerte pasión estúpida, pero irrefutable.
Como ya dije, ella, no estaba sola. Además de sus asalariados, la rodeaban también sus más fieles tigres consejeros: “El no es de tu reino” –le susurraban. Y ella asentía: “Tú no perteneces aquí, vuelve a tu reino” –repetía, como los loros bufones a los que yo enjaulaba por divertimento en mi comarca.
Mis garras empezaban poco a poco a calarse por tanto encono. Al cabo que en mi insistencia suspendía la animación de ese mismo cuadro que comenzaba a enfangarse y a despintarse sin culpa; perdiendo todo color de luz clarividente, hasta resultarme ya completamente neutro, como el corazón de un desconocido curtidor de pieles en la oculta noche de los lobos, cuando la luna se hace eterna e intangible y el sol desaparece para siempre junto al día.
Y así fue, que los focos de la fatua indecisión nocturna, ella volvió su espejo hacia mí presencia al mando de una vertiginosa delectación. No divisó siquiera el padecimiento de mi rostro mientras la transigía con lastima y no tuvo gesto alguno de comparecencia El resultado final, hoy está escrito en un soplo de nuestras germanías.
Tras poseer el sacrificio de mis labios y de mi pelaje completo, y tras despedirse de mí con su concurrencia, desalojó mi cuerpo de la tierra con una embestida colosal. El impacto de sus pezuñas, a mis garras antes enclaustradas en su terreno, generó una conmoción instantánea e irrebatible. Quedé sujeto entonces, a la merced descomedida del azaroso río y perdí, en él, por fuera de mis cabales, toda gnosis de mí propia pertenencia y sentido.
Tras naufragar durante mucho tiempo, disoluble y maltrecho, por entre la voluntad del incuestionable y su trama, me vi a mi mismo, estropeado y roto; depositado misteriosamente en la orillas de mi reino otra vez, en donde mis hermanos y amigos juntaron mis piezas y cuidaron de mí, hasta que recobré el sentido completo de mi ser, y pude atesorar con rectitud todo lo que me había sucedido.
Lentamente, volví a nacer, y se me otorgo un alma nueva, en la cuna dorada de mi castillo. Aprendí como antes, a abrigarme sin miedo, entre el sol del mediodía y los charcos de ardillas amistosas. Ahora, envuelto en mi túnica rectora, y resguardado nuevamente, en la comodidad de mí reino, empiezo a planear desde mi trono otra ocurrente travesía.
Lo que ya es
Cada paso es un átomo que forman células que forman tactos y recuerdos. Y pasa, sin preguntarme, sin esperarme; pasa y se diluye.
Yo respiro despacito, para no despertarte. Y te miro dormir al lado mío, como si este momento hubiera estado acá siempre, todo el tiempo. Como si fuera el derrotero natural de todos los momentos. Los tuyos y los míos, confluidos en ese instante impasible.
Insolente desafío a los miedos, este trazo atraviesa de manera ya apasionada, todo aquello de lo que alguna vez huimos. Y la trama, nos enfrenta en su nudo para que el tacto sea dueño del desenlace.
Duerme, ahora complaciente a mi lado. Duerme mientras en silencio, amo esta historia. Esta conspiración de momentos que ya son, y que repetitivamente, solo se reproducen en si mismos, cuando el silencio nos atrapa; los átomos se adueñan del sigilo y yo enmudezco diciendo a gritos, todo esto que ya siento.
Por tus ojos verdes
Ezequiel era todo para ella. Incluso en ese momento, asustada y sin destino lo amaba, quería casarse de blanco y tener hijos con sus ojos. Esos ojos verdes que la habían cautivado desde el primer día en el colegio. Ella estaba en primer año, recién empezaba la secundaria, él ya tenía puesto su buzo de egresados gris y con los puños amarillos. Aprendió su nombre gracias a la parte de atrás del buzo.
Siempre tan tímida fue él quien primero se acercó.
-¿Tenés fuego?- le preguntó, sus rizos dorados meneándose con el viento.
-No fumo- contestó ella tímidamente.
- Entonces vení, probalo conmigo.
Consiguieron un encendedor de un quiosquero y hablaron de todo. A ella el cigarrillo le disgustó pero estaba dispuesta a todo por la aceptación de Ezequiel.
Al volver a casa no le comentó nadie sobre su nuevo amigo, era cinco años mayor y papá se hubiese puesto furioso.
Comenzó a mentir para poder verlo. Ezequiel nunca le presentaba a sus amigos, siempre se reunían en lugares alejados donde pudieran estar solos.
Un día Ezequiel organizó una cena muy romántica. Era un picnic bajo las estrellas. Ella moría de hambre y la emocionaba que Ezequiel se hubiese tomado tantas molestias para con ella.
-Antes de comer- dijo Ezequiel- quiero que nos regalemos mutuamente algo.
A ella le palpitaba el corazón de emoción, no podía pensar más que en que quizás Ezequiel quisiese finalmente que fuesen novios y la dejara de esconder.
Ezequiel muy dulcemente le colocó una venda sobre los ojos y le pidió que abriera la boca. A los pocos segundos ella estaba recibiendo el impacto de algo carnoso, cilíndrico, vivo, que salía y volvía a entrar en su boca, provocándole arcadas y lastimando su garganta y boca. Ella quería gritar y quejarse pero le era imposible.
Mientras Ezequiel seguía con su ritual le levantó la pollera nueva que había comprado esa tarde solo para él, le arrancó los botones de la camisa revelando sus pechos aún sin desarrollar y sacando su miembro de la boca de ella lo introdujo penetrándola una y otra vez con una fuerza que ella no podía creer que fuera posible.
Cuando Ezequiel terminó le dijo que si alguna vez contaba algo mataría a toda su familia.
Volvió caminando a su casa tratando de arreglarse lo mejor posible. El olor a sexo era inaguantle. Se limpió la sangre y el semen con el mantelcito que había llevado para el picnic y volvió cabizbaja a su casa después de horas de dar vueltas tratando de entender.
Lo odiaba y sin embargo lo seguía amando. Esos ojos verdes se iban a guardar en su memoria para siempre.
lunes, 17 de mayo de 2010
Texto N
Eras un fantasma, un fantasma colorido
Nadie podía verte, ni te oía o te sentía
sólo yo que aún no entiendo que fueras mía.
eras mi fantasma personal, eras incluso tangible.
podía hablarte y respondías, incluso te vi reirte.
hablábamos.. de qué? y llegamos hasta eso.
ese entonces en que preguntaste
si quería que me dieras un beso.
Sí, dije yo, dije sí, sí quería.
Un beso suave y redondo, de esos de las películas.
Y todos reíamos felices
estábamos todos contentos:
yo, vos,
y los de afuera que piensan que estoy loco.
martes, 11 de mayo de 2010
Verdugo
Tomasa era consciente del hecho que con Ángeles nos escondíamos para mirarla, asombrados. Pero su saña no era ocultada, con las manos ensangrentadas levantaba una por una las cabezas para tirarlas después a los perros. Ella era dueña de la llave del gallinero, el candado sólo se abría con esa única y deseada llave. Era el cancerbero del corral, guardián del infierno en el cual las gallinas vivían sin saberlo. Ni siquiera mamá era poseedora una copia de la llave, Tomasa era celosa de sus futuras víctimas, nadie más que ella podía darles maíz o siquiera mirarlas.
Llevaba los cuerpos ya sin vida agarrados de las patas, marcando con la sangre el camino hasta la cocina. Cuando sabíamos que Tomasa estaba en la etapa de desplume con la radio prendida escuchando alguna cumbia, Ángeles y yo íbamos en puntas de pie al lugar del sacrificio, un pedestal de piedra manchado de sangre vieja y nueva. Sangre ya negra que tomaba vida y color nuevamente después de cada degüelle. Ángeles emocionada, viendo cómo gota a gota caía la sangre por el piso, hundía sus manos en ella, estando aún caliente. De un momento a otro sus dedos de niña se convertían en dedos partícipes de una masacre. Y siempre era lo mismo, Tomasa con sus ojos por el mosquitero de la cocina lo percibía, en cuanto Ángeles tocaba la preciada sangre de sus gallinas salía gritando, enervada, la tomaba a Ángeles por la oreja, metiéndola en la cocina y le daba unos cuantos chicotazos. Ángeles gimoteando, no aprendía la lección. Y cada vez que una gallina moría era el mismo ritual, los mismos gritos de Tomasa reclamando la soberanía sobre sus víctimas y los chicotazos acompañados de gemidos de dolor.
Cuando a la mesa nos reuníamos toda la familia y Tomasa servía el puchero de gallina, los ojos de Ángeles se iluminaban recordando el momento en que su comida había muerto, había tomado el último respiro, había aleteado por última vez. Yo disfrutaba de todo eso también, yo también soñaba con levantar ese cuchillo y acabar con las vidas de esas aves ruidosas. De jugar a ser verdugo con una gallina María Antonieta.
Una tarde de sol seco Ángeles me habló al oído. Éramos ella y yo, solos, pero era un secreto demasiado grande como para correr el riesgo de decirlo en voz alta. Yo sonreí frente a la idea de mi hermana y pusimos el plan en acción. Buscamos las pastillas que la abuela guardaba en el primer cajón de su cómoda junto a la dentadura. Tomamos todas las que encontramos y encerrados en el cuarto las machucamos hasta hacerlas polvo. Ángeles trajo una jarra de la cocina llena de jugo helado, tiramos el polvo de medicamentos y revolvimos. Como Tomasa no la quería a Ángeles fui yo el encargado de llevarle un vaso a su habitación oscura al lado de la cocina. Esperamos que se duerma y le quitamos las llaves del gallinero. Antes de partir nos aseguramos de que su sueño sea profundo, de que no pueda despertar mientras nosotros estemos con sus celadas víctimas.
Ángeles eligió la gallina, era gorda y blanca con algunas plumas grises. Cacareaba dando vueltas por el corral. Me la entregó como se entrega un cofre de oro, con delicadeza y admiración. La apoyamos sobre el pilar, Ángeles la sostenía apretando sus alas. Escuchamos a lo lejos que mamá gritaba pero Ángeles no me permitió ni siquiera girar la cabeza. Con las pupilas fijas me miró dándome la orden. Levanté el cuchillo en el aire (mamá seguía gritando, su voz venía desde el cuarto de servicio). Bajé la guillotina con una fuerza que jamás pensé tener (el nombre de Tomasa entre sollozos). Ángeles soltó el cuerpo que dio unos pasos desesperados, aleteando buscando un vuelo inexistente e imposible. La cabeza de la gallina abrió el pico tratando de que esa bocanada última de aire la salve, pero el cuerpo ya vencido ante la muerte se derrumbó.
¿Que harías con mi nombre?
Cuando me junto a comer con ellos, en las barandas de las escaleras de los entrepisos del hotel, intuyo que necesito un permiso para pasar por la colosal puerta de las máscaras y un látigo además, para atormentarme cada vez que me siento indestructible.
Igualmente sin meditarlo dos veces, me agacho y cierro un ojo, y acerco una ceja a la mirilla para observarte. Percibo a tus aliados en las esquinas del cuarto cargando demasiada arena en los bolsillos. Mientras todo lo que te rodea se proclama inmortal, proceden; despacio, levantando el polvo por debajo de los lavarropas, mientras yo, silbando una tonta sonata de cafetín, me encamino al cuarto oscuro de las escaleras.
Pienso demasiado. Cuando peco y trato de esconderme de pronto, puede que vista siempre la misma figura en tu remera que ya no me queda, y sepa, como se dibujan perfectamente, con pinceles de plomo, los besos impuros en manuales de las colecciones de biología molecular que venían de regalo en alguna revista especializada.
Y en mi, y por mi, todo es impuro hasta la médula de lo sobresaliente. Mientras libero las tachaduras de las cabañas que construyo imperfectamente con fósforos silenciosos al lado de una hornalla, y me seco la ropa, creo que me saldrán alas. Algún día. Pronto ¡Eso sucederá!. Sobre cada imaginario de las bocas perplejas que pierdo por mirar el hueco en la ventana de tus astros.
Quizás, pedirle a una misma ceremonia acostumbrada a ser como es, todo esto (o mayores petitorios sino), sea pedir demasiado. Y yo, si no fuese lo que soy, no me quedaría mirando el suelo con el Tomo Primero de la Física Quántica de las Cosas Inmateriales, porque sí: Cercado, por el tiempo verbal del miedo, en un corredor hacia el desgaste corrosivo.
¿Porque nada jamás podría venirme bien? –me preguntó a mi mismo. Mientras espero que alguien me obsequie un saco. Tendría que dejar de ordenar mi vida en el mismo capítulo circular, y peinarme con raya al costado. Pero si me baño haciendo de cuenta que no sucederá lo mismo de siempre, se paraliza mi cabeza con esta imagen que no existe.
Camino con los pies mojados por las alfombras de cada uno de los acueductos del sótano, mientras admiro mi propia vigilia frente a un espejo roto. Tu séquito, en tanto, hace sus trámites y yo entiendo como nunca, la manera de la pregunta sin respuesta. ¿Para qué querría yo un imperio de vidrio hecho saco?
Uno a veces, tiene la osadía de decirse muchas cosas al mismo tiempo sin saber nunca porque. Después igual, u olvida, o transforma en otras cosas similares a aquellas que nunca quiso escuchar. Uno, sin decir algo mayor “a lo mismo de siempre”, se habla como si fuese un ilustre general dando su discurso de despedida: Muy seriamente. “¿Edulcorante o Azúcar?” –preguntaría entonces el mozo en el palier a un visitante, mientras me dilucido sin asombro frente a mi ensalada. “Un poco de aerosol para el cutis, y crema para las manos” –te pediría yo. Pero nadie hace su labor a estas horas. Y menos aún, un tal Hermes detrás de su pirámide con sus inquisidores. Carajo. Anochece. Y abajo de las zanjas, ¡Vos me implorabas!. Para eso, nada más, y por otras cosas que no voy a decir nunca en público (o por escrito); es o será, que muy poco tiempo de vida nos queda.
Somos “el chiste del nada existe”, contado sin gracia, porque lo sé, (sé lo que existe en obra y gracia), y conozco aquello que es; como la palma de mi mano sobre el lavabo de tantas risas perversas que escupías en la sala de espera del Olimpo.
Visto lo cual, no me pertenece tu tramo que no transito, ni soy yo mismo en este instante, otra vez, entre pozos giratorios sin forma. No deberías encuadrarme por esto en un rombo como botón en los ascensores hecho número o dígito. Ya no necesito creer, en los rombos, ni en sus álter egos, ni en Cambises, ni en tus Padres; los tales, o los cuales, libran y guardan a su Dios sin honra, junto al Horóscopo del domingo para decirte: “Hija Mía: Tu Porvenir”.
Ojala, en la recepción, las cosas crecieran para adentro en vez de para arriba. Reposando en los recreos de la mente confundida, donde alguna vez, planeamos, el desfile de la culpa en un banquito de seda de cuerpo de codorniz idiota; ya no existo, y ya no soy. Y siempre hubo y habrá, otros en mi lugar.
Transpiro y me pongo realmente nervioso cuando sufro un corte en el dedo con un cuchillo a medio afilar, sin querer, rememoró ahora, en el trayecto hacía el cuarto de las máquinas, que prendí anteayer una bolsa entera de tabaco escocés en la terraza, para sentir el olor del fuego chamuscándose en la hiedra de los sabios doctorados en Connecticut; y así, tontamente, me acordé de vos. Cosas de genio. No fumo aunque a veces eso sea mentira. Observaba sin prestancia la sabiduría de los árboles, y de las especies a mi alrededor, en la distancia. Esperando tan solo que alguien comparta su almohada seca conmigo y me enseñe a usar una manta mullida en vez de un pantalón de plata como cobijo.
Necesito dejar de desmejorar. Por eso, ahora también hago fogatas con los boy scouts en el cuarto abandonado de mi hermana imaginaria y la engaño con todas en la brisa cuando la temperatura es algo baja y el tiempo se exhibe nublado. A paso de tortuga, voy desmembrado por las habitaciones del loto de pétalos arrugados, cargando moños de las sobras de los regalos que me diste, y trajes de sirviente en las escafandras del cuartito de la limpieza.
Mierda. ¿Pero que haría, con mi nombre en una piedra si alguien lo tomará entre sus manos tirando de la cadena y lo barriera? “Supongamos que nada; porque es mucho más fácil así; y quedémonos tranquilos”. Porque no puedo querer ser el nombre de algo que no es más que un significado en los libros que ya no me interesan. Estoy condenado a volver a equivocarme para siempre; para hacer así, todo de la mejor manera posible.
Por eso, por favor te lo pido desacorraladamente y con la más gélida de las ternuras. No trates de hacer de un puto momento de salón de peluquería, algo que te parezca que yo pueda llegar a considerar “evocativo”. Porque ahora, me afeito el bigote por mi cuenta . (Como siempre). De nuevo, sin habértelo dicho antes,
Tu luz y yo
Que encuentra huecos que nadie había descubierto, para gobernar. Y finalmente, los conquista.
Que pone color a una rutina blanco y negro y salpica de matices días que inevitablemente, se condenaban a ser grises.
Tan único e irrepetible, que asombra. Liso, llano y puro. Sincero acto heroico de darle motivos a la esperanza para seguir creyendo.
Mágico encuentro de la palabra y el silencio, que se vuelve melodía. De luz y oscuridad, que se vuelve sombra, y delinea las mejores intenciones del alma, dejándome al descubierto.
Como un prisma de mil luces, que alumbran lo que soy de forma acabada. Y me muestran tan vulnerable y rendida. Más que nunca. Dulcemente vulnerable, y es el alma que se entrega una vez, solo una. Para ser amada completamente, o para ser consumida.
Encuentro audaz.
me encuentro en un mundo paralelo
diferente al que estoy tocando con mi piel
navegando con tu mirada hermosa
quisiera encontrarme en tu mundo
Porque sos tan diferente, tan audaz...
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada....
y tu mano tan gestual me atrapa entre tus dedos
una cuerda se enlaza entre nosotros
y no puedo despegarme de tu piel o de tu olor
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
me encontré con una chica de otro mundo
aunque su boca es la misma que veo en mis sueños
sus labios confusos y enredados
soltaron un idioma relajante
mis ojos asombrados encontraron horizontes
y los tuyos penetrando en mi alma
desarmaron la coraza de mi corazón,
casi perdido y confundido por esta vieja sensación.
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
tanto Ismael por mi oídos ha pasado
en estos últimos años, sin encontrar esta vieja sensación
tanto Sanz y caras nuevas giran por mi vida,
es hermosa y hermoso despertar pensando en ti.
y tu beso navegando hacia mis ojos
se estrella en mi mirada...
simplemente unas letras que los kilómetros se llevarán
y simplemente con el tiempo, letra por letra, todas se olvidan.
solo los valientes recuerdan,
porque los valientes enamorados, jamás se rinden, jamás olvidan.
sábado, 17 de abril de 2010
"La verdadera historia de la luna" por Tomás Ayuste
Lalunagolpeaenmipuertaestamañana
Resoplan sus cráteres en mis manos
Como truenos de tormentas extintas
En mi universo de pronósticos inciertos
Suspiralalunasobrelapuntademisdedos
Como un carnaval a ritmo suspendido
Torciendo distancias en el caudal de un río
Así entra su luz en las cuevas filarmónicas
Dondelosalmirantesconducenasusnavíos
Suspiré, de mañana, y amanecí menguante...
Cuando este enigma aguardaba reemplazando al sol
¡Se que vi a la luna!, redonda como su sonrisa...
Yesperoquetomeporciertaestaescenaprodigiosa
El cielo iba lóbrego entre la niebla sin contorno
Aunque igual he de jurarles: “era más bien de día”
Cantaban luciérnagas entre el barro y el rocío
Para.que.esta.derrota.reviva.siempre.invicta
Hoy seré aún más que el espacio entre los ligamentos
Y las lápidas orquestadas sin fin, sobre los cementerios
Si-usted-melopermite-yoseré-suúnicotestigo
Mientras despierto de mañana; y la pre-siento:
. . . Mí, luna . . .
"Ludmila oliendo a flyn-paff" por Costanza Polemann
La maestra dividía por dos cifras y nos enseñaba los verbos, pero yo sólo pensaba en Ludmila. Quería aprender cuántas pecas tenía, nada más. A veces la llevaba en la bici después del colegio hasta el kiosco de su papá. Ahí se impregnaba de su perfume a caramelos y coca cola. Y yo, ya volviendo, todavía la olía.
Era el recreo, yo jugaba con canicas. Ludmila llegó hasta mi lado. Ludmila con el pelo lacio. Tomó mi mano, Ludmila con las uñas pintadas con liquid paper. Se acercó hasta mi oído y susurró. Sus labios rozaban el lóbulo de mi oreja izquierda, y su mano suavemente tocaba mi cara. Sentí su aliento y sus palabras suaves, rápidas. Se separó y me miró con los ojos más celestes que el cielo. Lloraba despacio, sin agitarse. Me besó en el cachete y yo no alcancé a decirle que por qué lloraba, si yo también... Corrió con su guardapolvo que bailaba con el viento. Y atrás quedó un dejo de su perfume de flyn-paff y lápiz verde.
Me enfermé ese fin de semana, y falté el lunes al colegio. El martes, Ludmila ausente. Sonó el timbre y pedaleé hasta el kiosco. Las persianas cerradas. Le pregunté a la portera del edificio de al lado, "no sé pibe, ni idea" me dijo así pero yo supe que sí, sabía.
Volví a casa lento, recordando sus palabras, y que no le pude decir que yo también. Pasa el tiempo, los años, la voz de Ludmila se vuelve cada vez más baja, más difícil de entender lo que me dice. Su susurro se convierte en respiro, en aliento, en una simple brisa que pasa sin palabras. Y ya no me acuerdo que yo también. Ya no me acuerdo.
"te extraño, te extraño!" por Damian Rodriguez
y es por tu recuerdo que hoy escribo esta nota,
a las dos de la madrugada,
recuerdo hasta tu suéter de lana rosa, que tan bonito te quedaba.
te extraño, pero solo por momentos,
y eso no es poco despues de tantos años,
Aún escribo pensando en ti,
y eso no es poco despues de tantas letras,
Te extraño,
no hay dudas, estoy un poco loco,
Hoy necesitaba
esos abrazos casi robados que me dabas.
como te extraño,
inclusive me pregunto si tu no me extrañas,
al menos un poco,
y si piensas en mi a las 6 de la tarde,
y calculo que me nombras, y sino, lo hara tu corazon.
te extraño! te extraño!
aun creo que en este preciso momento que tipeo
estos párrafos logre una conexion contigo,
y no me creo mago, pero los lazos del amor
siempre se terminan con un nudo.
te extraño.
"El Vaso de WhiskY o el amor que no Es" por Roxy Bavaro
El vaso tenía café. Por su tristeza podría tener a estas alturas whisky, pero la cocina está lejos y la voluntad no acompaña. Lo oigo hablar tratando de comprender si debo ser una espectadora ausente o quien le de esa palabra de aliento que él quiere escuchar pero que ninguno de los dos dirá extrañamente, nunca.
Simplemente me sumerjo en su congoja. Ahora soy yo la que piensa, mientras él habla, en los que pasaron y ya no están. A los que se amó para siempre y solo duraron instantes de reloj de arena; a los que se prometió la fidelidad de Ariadna y a cambio obtuvieron un poco de nuestro abandono.
Pienso en el intrincado camino amoroso de él, mío y un poco más allá de la humanidad toda. Pienso que alguna vez quise profundamente y que algún día, tan lejano en mi mente, perdí ese sentimiento.
Ya no me acuerdo como era. Tengo sombras que me indican lo que quisiera que fuera de esta realidad tosca pero no es. Tengo sombras que te indican. Y se van, como negruras.
Sombras son. Sentimientos que no se animan a ser, y tal vez, nunca sean. Es la cobardía ahora, que mientras él revolea su vaso de café, yo me convenzo que nunca podré ser amada por esas manos. Es la cobardía.... y se parece a mi sombra que toma cuerpo y se esfuma.
Yo lo escucho y él no me mira. Se siente aturdido por un amor que ya no existe. Y yo, en la sombra de mi propio amor negado, me muero en su presencia que me eclipsa.